Texto 9: Cambio climático. Debate argumentativo.

Un carro a vela
Resulta que cuando Kylian Mbappé anunció que se quedaba en el Paris Saint Germain y que, por
tanto, no jugaría en el Real Madrid, yo me quedé muy desconcertada porque pensaba que el delantero
francés militaba desde hacía tiempo en el equipo merengue. Llevábamos tantos meses escuchando hablar
de Mbappé con apasionamiento que yo, que sigo con poco interés las informaciones relativas al club
madrileño, había dado por hecho que participaba en la Liga española de fútbol. Las negociaciones
debieron de ser algo muy trascendental porque según hemos sabido el mismísimo presidente de la
República, Emmanuel Macron, persuadió al jugador para que permaneciera en el equipo parisino.
El caso es que esta semana el nombre de ese futbolista ha vuelto a llamar la atención. El pasado
lunes, en una rueda de prensa en la que se encontraba el entrenador del PSG, Christophe Galtier, y
Mbappé, un periodista preguntó por la posibilidad de que el equipo viajara de París a Nantes en tren de
alta velocidad, ya que el trayecto no alcanza ni las dos horas. La pregunta, además, estaba relacionada con
la invitación -adaptada a las necesidades específicas del asunto- a la plantilla para usar el ferrocarril del
director de TVG, la empresa que gestiona la alta velocidad en el país galo. A Mbappé, nada más escuchar
la pregunta le dio un ataque de risa porque la cosa le pareció muy graciosa y, por su parte, Galtier abundó
en la comedia al responder que estaban estudiando desplazarse en carro a vela. La reacción arrogante de
ambos ha sido afeada por la ministras de Deportes de Francia, y ha hecho correr ríos de tinta porque está
involucrado el famoso Mbappé, no porque los aviones privados generen cincuenta veces más emisiones
de carbono que los trenes.
Lo cierto es que el problema tampoco es que el astro francés tenga reacciones de cuñado ni que el
entrenador desconozca lo que significa la prudencia: el problema no es quien hable, el problema, sin
duda, es a quien escuchamos, a quien hemos decidido dar voz y relevancia social. El problema es que
Mbappé sea el modelo a seguir para tantos y tantos jóvenes y que sus opiniones resuenen en medio
mundo.

Un carro a vela

Resulta que cuando Kylian Mbappé anunció que se quedaba en el Paris Saint Germain y que, por tanto, no jugaría en el Real Madrid, yo me quedé muy desconcertada porque pensaba que el delantero francés militaba desde hacía tiempo en el equipo merengue. Llevábamos tantos meses escuchando hablar de Mbappé con apasionamiento que yo, que sigo con poco interés las informaciones relativas al club madrileño, había dado por hecho que participaba en la Liga española de fútbol. Las negociaciones debieron de ser algo muy trascendental porque según hemos sabido el mismísimo presidente de la República, Emmanuel Macron, persuadió al jugador para que permaneciera en el equipo parisino.
 
El caso es que esta semana el nombre de ese futbolista ha vuelto a llamar la atención. El pasado lunes, en una rueda de prensa en la que se encontraba el entrenador del PSG, Christophe Galtier, y Mbappé, un periodista preguntó por la posibilidad de que el equipo viajara de París a Nantes en tren de alta velocidad, ya que el trayecto no alcanza ni las dos horas. La pregunta, además, estaba relacionada con la invitación -adaptada a las necesidades específicas del asunto- a la plantilla para usar el ferrocarril del director de TVG, la empresa que gestiona la alta velocidad en el país galo. A Mbappé, nada más escuchar la pregunta le dio un ataque de risa porque la cosa le pareció muy graciosa y, por su parte, Galtier abundó en la comedia al responder que estaban estudiando desplazarse en carro a vela. La reacción arrogante de ambos ha sido afeada por la ministra de Deportes de Francia, y ha hecho correr ríos de tinta porque está involucrado el famoso Mbappé, no porque los aviones privados generen cincuenta veces más emisiones de carbono que los trenes.
 
Lo cierto es que el problema tampoco es que el astro francés tenga reacciones de cuñado ni que el entrenador desconozca lo que significa la prudencia: el problema no es quien hable, el problema, sin duda, es a quien escuchamos, a quien hemos decidido dar voz y relevancia social. El problema es que Mbappé sea el modelo a seguir para tantos y tantos jóvenes y que sus opiniones resuenen en medio mundo.
 
 
 

Negacionista

 
“Yo nací -¡respetadme!- con el cine”, proclamó Alberti. Pues bien, acabo de descubrir que yo nací con el cambio climático, también un hito señero. Aunque no se molesten en respetarme por eso... En agosto, leí una sección de mi diario local titulada La calle de la memoria, dedicada a 1947, el año en que nací (y Salman Rushdie, que me lleva dos días). Aquel verano en San Sebastián se alcanzaron los 36,6 grados a la sombra, 40 en la plaza de Gipuzkoa, 43 en la Avenida y ¡53! en Miraconcha. En las casas hubo cortes de agua de cuatro a nueve de la noche y de doce a ocho de la mañana. También recordaba que en 1898 hizo 35,4 a la sombra y 37,6 en 1899, pero preferí no seguir leyendo. ¡Con lo emocionado que estaba yo creyendo que el calentamiento global era cosa de ahora y resulta que viene por lo menos de cuando estaba en la cuna! Entonces recordé que en mi tierna juventud, en 1972, el respetado Club de Roma anunció entre varias catástrofes que en el año 2000 se acabaría el petróleo, y va a ser que no. De
momento voy a temblar un poco menos por el clima y los recursos naturales... Como dijo Victor Hugo: “¿El fin del mundo? Eso ya ha pasado muchas veces”. ¿Negacionista? No mucho más que Steven E. Koonin, que no es un terraplanista, sino exsubsecretario científico del Departamento de Energía con Obama. En su libro Unsettled?, una introducción a la ecología no histérica, niega que pueda existir un consenso científico sobre el clima por la poca fiabilidad de los modelos predictivos. En todo caso, los apocalípticos que predican el decrecimiento energético son fanáticos, no ilustrados, porque el desarrollo industrial es imprescindible para mejorar la vida humana y luchar contra la miseria. Los males que trae el progreso (los reales, no los inventados) sólo pueden remediarse progresando mejor. Habrá que considerar costes y beneficios, no llorar por los osos polares. Y adaptarse a lo que venga... Lo digo con animosidad, como Yolanda Díaz.
Fernando Savater.

 

Savater y el negacionismo ilustrado.

El debate de fondo sobre el cambio climático es difícil de clarificar porque enfrenta categorías diferentes: su mitigación nos exige actuaciones precisas, con un coste cierto en el corto plazo, para evitar unos efectos imprecisos y con un coste incierto en el largo plazo. Si a eso unimos que en los procesos de transición hacia economías bajas en carbono hay perdedores precisos, ciertos a corto plazo y ganadores imprecisos, inciertos y a largo plazo, la tentación de hacerse los sordos y los ciegos ante la evidencia científica es muy grande. Esta es, en realidad, la médula espinal del negacionismo climático ilustrado, el que reconoce que el cambio climático antropogénico se está produciendo, pero desconfía de la capacidadde los seres humanos para calcular su intensidad y sus consecuencias y, por eso, se resiste a tomar medidas costosas para hacerle frente, pues existe la posibilidad de que esas medidas excedan los daños del cambio climático.

El negacionismo ilustrado se presenta como una propuesta racional, dispuesta a la discusión y al debate sosegado y profundo, frente a un ecologismo radical, decrecentista, infantil e incluso perturbado, que malgasta su tiempo en medidas de protesta estúpidas y que ha encontrado en Greta Thumberg su icono.

Pero el negacionismo ilustrado no es tan ilustrado como pretende aparentar. En su desconfianza sobre la capacidad del ser humano para medir precisamente los efectos del cambio climático, el negacionista ilustrado obvia que la ciencia climática es una ciencia basada, en sí misma, en la incertidumbre, cuyos resultados se presentan como funciones de probabilidad y con intervalos de confianza, y eso no la hace peor ciencia, sino todo lo contrario. A nadie se le ocurriría decir que la física no es una ciencia poco desarrollada por usar funciones de probabilidad para estimar la posición y trayectoria de un electrón. La imprecisión es reflejo de la incertidumbre, pero eso precisamente debería de servir para extremar la cautela. Determinados productos aumentan la probabilidad de contraer cáncer y tratamos de evitarlos, aunque exista una incertidumbre sobre cuándo y cómo se puede enfermar y exista un coste si dejamos de usarlos. Nadie va al médico exigiendo una predicción exacta sobre cuándo y cómo le va a empezar el cáncer de pulmón para dejar de fumar tres paquetes diarios.

Como buenos ilustrados que son, estos negacionistas saben que en discusión racional contra la ciencia tienen las de perder y por eso han elegido un contrincante más apropiado, que es el catastrofismo climático, al que acusan de ofrecer un panorama irracionalmente aterrador que no se basa en evidencias. Así, los títulos de los libros negacionistas suelen referirse a que “no hay apocalipsis” o a la “falsa alarma”. En vez de debatir con la ciencia del clima, prefieren hacerlo con los titulares sensacionalistas o con las proclamas de algunas organizaciones sociales. Es un enemigo más fácil de batir que el 97% de la ciencia académica, que comparte el carácter antropogénico del cambio climático. Entre discutir con Klaus Hasselmann, premio Nobel por sus trabajos de modelización del clima, y ridiculizar a una adolescente con una pancarta de cartón, la elección está clara.

Este pensamiento se autodenomina escéptico, pero solamente lo es con los argumentos contrarios. Dice basarse en la ciencia, pero retuerce sus métodos y malinterpreta sus resultados. Dice buscar una conversación seria, pero busca contrincantes fáciles. Se pretende una alternativa racional al consenso científico, pero para eso tiene que deformar ese consenso hasta mostrarlo como una especie de pseudorreligión, una caricatura de osos blancos agonizantes y ecologistas chalados. Esto es lo que hacen negacionistas como Steven E. Koonin, exmiembro del equipo de Barak Obama y científico de la multinacional petrolera BP, cuyo último libro Unsettled? ha sido tan bien recibido por otros negacionistas como criticado por los científicos por su falta de rigor, su uso selectivo de las evidencias y de todo tipo de trucos argumentativos.

(J. Moisés Martín Carretero)